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¿Te has sentido alguna vez mal por no haber sido capaz de decidirte por algo teniendo las opciones a tu alcance? No sé qué hacer ¡No me puedo decidir! ¡Me cuesta tomar decisiones!
¿Te has sentido alguna vez mal, porque has tomado una decisión pero piensas que no era la acertada? ¡Creo que la he liado!
No sé, si comprarme la funda del del móvil transparente, opaca, con dibujos, lisa…
No sé, si bajar a la playa, a la piscina, quedarme en casa leyendo la prensa, bajar a desayunar al bar…
No sé qué información utilizar para mi trabajo, la de google, la de mi amigo, la del profesional, la de la influencer…
Es posible que al final, aunque la necesitas, no te compres la funda del móvil, se te pase la mañana sin salir de casa y acabes posponiendo la tarea que tenías prevista hacer.
También, es posible, que tomes la decisión, compres la lisa, bajes a la piscina y te quedes con google y sin embargo, tengas la sensación de no haber tomado la mejor decisión.
¿Qué pasa? ¿Dónde está el problema al tomar decisiones?
A tomar decisiones se aprende. Por supuesto las diferencias individuales existen, hay personas que son más rápidas y otras que no lo son tanto, pero no hay problema, podemos entrenarlo.
Poder elegir es importante. Sin duda, y lo es porque es condición necesaria para tener libertad de acción y con ello satisfacción con la vida.
Luego quedaría más o menos así:
Opciones = Elección = Libertad = Satisfacción.
Entonces, lo lógico sería pensar que cuantas más opciones contemplemos mucho mejor. Lo que nos llevaría a barajar toda la información y posibilidades a nuestro alcance.
Y quedaría más o menos así:
+ Opciones = +Elección = +Libertad = +Satisfacción
Sin embargo, como describía Barry Schwartz en “La paradoja de la elección”, un exceso de alternativas o un exceso de información puede paralizar la decisión más que facilitarla.
La elección es más difícil y por lo tanto es más probable que la abandonemos o pospongamos. Si solo tienes una opción, o dos es más cómodo, te conformas. Si no funciona, la responsabilidad se la atribuiríamos a la escasez de alternativas, no a nuestra mala decisión.
Si al final no nos paralizamos y nos decidimos, la sensación de no haber acertado, es mayor cuanto mayor era el número de alternativas con las que contábamos. Porque…
- Siempre que elegimos algo rechazamos algo.
Si lo que eliges no es perfecto (y no lo será porque casi nada lo es) te arrepentirás de la decisión y te sentirás culpable por no haber sabido encontrar la opción perfecta aunque haya sido una buena decisión. Al tener muchas alternativas, parece que debe haber una perfecta y no la has sabido encontrar, aunque eso no es cierto y además puede que tu decisión sea buena. - Lo elegido tendemos a valorarlo comparándolo con las opciones rechazadas, si estas son muchas las posibilidades de encontrar valores positivos en lo rechazado son muy altas y te sentirás culpable por no haber sabido ver eso antes de elegir.
- Cuando eliges entre muchas opciones tus expectativas aumentan, lo que esperas de tu decisión es mucho mayor y por lo tanto más difícil de conseguir. Comparas lo que tienes con lo que esperabas y te decepcionas aunque la elección funcione.
Como conclusión:
Demasiadas opciones, oportunidades, información u oferta puede provocarnos estrés. Necesitamos esforzarnos mucho, demasiado análisis. A veces la recompensa no es la esperada y nos sentimos responsables, culpables e insatisfechos.
Hoy en día y en cualquier aspecto de la vida, la opciones son múltiples. Eliminar las alternativas es imposible, están ahí y las conoces incluso aunque no las busques.
¿Qué hacer para tomar decisiones?
- Simplifica. Puedes poner un límite a tus alternativas.
- No busques lo perfecto, con que se ajuste a lo que buscas es suficiente. Recuerda, la perfección no existe.
- Asume tu elección y tira hacia delante con ella. La hiciste, pues esa es la buena, sea o no sea la mejor.
- No compares tus elecciones con las de los demás. Sólo complicarías la tuya.
Artículo escrito por Begoña Peraita