¿Qué es?
La resignación es ese estado en el que nos quedamos atrapades en el «lo que pudo haber sido y no fue». Aceptamos las circunstancias sin cuestionarlas, como si no hubiera otra opción. Sin embargo, la resignación no es algo con lo que nacemos. Es una actitud aprendida, promovida por la sociedad que valora la capacidad de aguante y sacrificio como virtudes necesarias para la vida.
Desde pequeños, se nos enseña a «aguantar y callar» o, por el contrario, a «pelear y no rendirse». Sin embargo, tanto la resignación como la lucha constante nos pueden llevar al mismo resultado: la frustración y la sensación de incapacidad. En ambos casos, nos encontramos bloqueades, sin avanzar.
El círculo vicioso de la resignación
Cuando creemos que no somos capaces, no actuamos. Y si estamos frustradxs, lo único que hacemos es quejarnos, llenándonos de rabia e impotencia. Esto nos deja estancadxs, viendo la vida pasar sin ser partícipes de ella.
La resignación trae consigo una serie de emociones negativas: la fatalidad, la idea de que no hay posibilidad de cambio, la soledad, el miedo a tomar el control de nuestra vida, la indefensión y la tristeza. Todo esto nos hace infelices, y la infelicidad nos arrastra aún más a la resignación, generando un ciclo interminable.
Romper con la resignación: la aceptación activa
Vivir implica seguir adelante, y la resignación no es una solución viable. ¿Qué podemos hacer entonces ante situaciones difíciles? La clave está en aceptar que no siempre las cosas saldrán como esperamos. Aceptar no significa rendirse, sino entender que es posible que ocurran cosas que no deseamos y estar preparadxs para adaptarnos a ellas.
Cuando aceptamos, dejamos de luchar contra lo inevitable y estamos listxs para actuar. Por ejemplo, si nos ponen dos exámenes el mismo día, podemos caer en la queja y el victimismo, o podemos aceptar la situación y buscar un plan B: gestionar nuestro tiempo, hablar con los profesores, o incluso decidir no presentarnos a uno de ellos.
Aceptar la realidad nos permite tomar el control de nuestras acciones y hacer lo mejor que podamos dentro de la situación que nos ha tocado vivir. Este proceso nos devuelve la responsabilidad, el esfuerzo, y la capacidad de cambio.
Responsabilidad y bienestar
Cuando asumimos la responsabilidad de nuestra vida y dejamos de resignarnos, aparecen emociones positivas como la esperanza, la tranquilidad y el bienestar. Nos sentimos mejor porque dejamos de vivir en el pasado o en lo que podría haber sido, y comenzamos a vivir el presente con mayor compromiso.
Es cierto que hay situaciones mucho más difíciles de aceptar que un simple examen. La muerte, la enfermedad, la vejez, o las decepciones personales también forman parte de la vida. Sin embargo, aceptarlas sin dramatizar nos ayuda a afrontarlas con mayor serenidad. No podemos evitar la muerte, pero eso no significa que no debamos disfrutar de la vida. No podemos prevenir todas las enfermedades, pero eso no es excusa para no cuidar nuestra salud.
Aceptar sin resignarse
Aceptar que las personas pueden fallarnos no debe llevarnos a dejar de confiar en los demás. Si una relación no funciona, no debemos conformarnos, sino buscar la manera de mejorar o seguir adelante. Quedarse sin cabello puede ser un desafío, pero quedarnos atrapadxs en el «¿por qué a mí?» no nos ayuda a sentirnos mejor. En cambio, podemos aprender a aceptar lo que tenemos y seguir adelante.
No se trata de negar las dificultades o intentar gustarnos lo que no nos gusta. Se trata de darte tiempo, escucharte y responder a las experiencias de tu vida con responsabilidad y compromiso.
Artículo escrito por Begoña Peraita
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