Cuidarse no es fácil
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Cuidar, en esencia, significa ayudar a alguien a sentirse bien. Y si esa persona ya se siente bien, es ayudarle a que no se sienta mal.
Esto, de por sí, ya es complicado, pero cuando se trata de aplicarlo a nosotres mismes, la situación se vuelve aún más difícil.
Para cuidarnos, primero necesitamos reconocer que algo no está bien, y eso nos cuesta. Es mucho más sencillo señalarlo en otres; no implica la misma exposición. Pero, cuando se trata de nosotres, esconder nuestras «cosas» se convierte en una habilidad aprendida que nos da una aparente ventaja social, muy valorada hasta hoy: la fortaleza, la capacidad de poder con todo.
Control y fortaleza falsa
Este aprendizaje nos lleva a desarrollar el control como estrategia, para evitar que se filtre cualquier señal de vulnerabilidad. No vaya a ser que alguien lo note y nos sintamos inadecuades, algo que quizás no sabríamos cómo soportar.
Así, minimizamos o incluso negamos nuestras heridas, tanto físicas como emocionales, en pos de una fortaleza falsa. Digo «falsa» porque, en realidad, esto nos debilita más. Mantenernos en un estado de control constante, ya sea por problemas pasados, presentes o futuros, nos lleva a una vigilancia continua para que no se nos vea en falta.
Autoengaño
No solo engañamos a los demás, sino que también nos autoengañamos para mantener la coherencia en nuestro comportamiento. Tanto en lo que hacemos como en lo que evitamos hacer. Este autoengaño es agotador, ya que requiere mantener una distracción permanente o sostener un discurso interno que no refleja nuestra realidad. Y esta, creo, es la razón principal por la que cuidarse es tan difícil.
Cuando estamos en este estado, ocultando, hiper vigilando, luchando o simplemente evitando, nuestro cuerpo sufre las consecuencias. Mantener la tapa cerrada, incluso de manera pasiva, para que no se desborde el contenido nos lleva a un estado constante de estrés. El dolor físico aumenta, y con él, el dolor emocional.
Soluciones rápidas
Para aliviar este malestar, recurrimos a soluciones rápidas y muy potentes por su efecto inmediato. Conductas de riesgo para compensar o para evadirnos, buscando equilibrar el desgaste emocional con hidratos y glucosa; nos distraemos con el móvil, lo que nos desconecta aún más de la atención plena; recurrimos a medicamentos para calmar dolores musculares o cualquier otro tipo de malestar que vaya apareciendo.
Nos distanciamos de las personas que nos quieren, porque hablar nos cuesta o nos da miedo, y esto nos priva del consuelo. Nos enfadamos y reaccionamos de forma desmedida, porque, en el fondo, necesitamos liberar esa tensión acumulada.
Pero todo esto es una ilusión. Este estado de control no puede mantenerse en el tiempo. A medida que pasa el tiempo, nos sentimos peor, más vulnerables y, al final, más solos.
Cuidarse es difícil pero liberador, porque te hace saber que puedes, porque te acerca a la gente que quieres y porque soltar el control es necesario.
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